Pajaritos, bravos muchachitos da cuenta de que más allá de la década de ausencia de Patricio Rey hay algo más importante que el tiempo: la obra. Indio posee cuatro álbumes; los dos primeros contaron con la delicada compañía de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. En un pico de baja tensión que sobrevino hacia el tercero, El perfume de la tempestad (2010), el aire acondicionado se descompuso y la banda quedó innominada pero presente, contante y sonante. Luzbola, el estudio-bunker-refugio donde Indio planea sus fechorías sonoras, continúa incólume respirando el verde del oeste, como una factoría artística que puede cumplir con el viejo deseo del Indio Solari: “¿Pueden acaso beber el vino/ por ustedes envasado?”, cantado en “El infierno está encantador”, antigua página de Patricio Rey. Luzbola graba, mezcla y masteriza sin intermediarios. Y el vino va cambiando de sabor con los años, no por la quietud del almacenamiento, sino por la manipulación genética constante.
Como si fuera un Parque de las Aves enclavado en la Reserva Ecológica del Río de la Plata, Pajaritos, bravos muchachitos nos brinda una diversidad de plumajes notoria, que no se aleja del matrizado que es marca audible del “universo indigenista”; ese sonido como de reos que sudan encadenados en una brumosa bodega de corbeta. Una atmósfera densa, sobrecargada de graves pantanosos, que sólo se aligeró en Porco Rex (2007), pero que en este disco no es tan atosigante como en El tesoro de los inocentes (bingo fuel) (2004). De todos modos, hay una clara identidad sonora ratificada en el tiempo, que se desmarca de la obra de Patricio Rey, salvo por Momo Sampler (2000), el trabajo que la anticipa. Profusión de máquinas, ruidos por doquier (la especialidad del artista), un tempo casi marcial y rock nuclear, como biónico setentista, radiactivo, ligeramente tóxico.
Los pájaros sobre los que canta Solari, o al menos los que sobrevuelan el primer tema, dedicado “A los pájaros que cantan sobre las selvas de Internet”, parecen ser de la especie “tuitera” y trinan en una “lengua angélica que arde” con sus “dientes de brillos filosos”. No hay en su imaginería pájaros como los de los poemas y los cuentos: aquí sobrevuelan aves de rapiña, lechuzas insomnes, águilas fieras y loros varios. Desde el título, se advierte una mirada que mezcla ironía y ternura a la vez. Resta saber si se trata de pájaros en libertad o enjaulados. Eso lo adivinará cada oyente en la reiteración de la escucha de este trabajo, que gana con cada repetición.
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